Una limosna para sobrevivir: la triste historia de Jaime Durán, quien lucha por no morir
"La gente me dice sinvergüenza, ladrón, cabréate de estafar a la gente. Me empapelan a garabatos y a mí me da pena. No sé por qué me dicen eso, si yo nunca he estafado a alguien o le he mentido. Yo pido plata, porque no me queda otra para sobrevivir".
Jaime Durán Herrera se levanta muy temprano en las mañanas. Él vive en una humilde pieza que arrienda en la calle Arza, en Melipilla. Allí este hombre de 64 años toma desayuno sagradamente todos los días junto a su amiga Eustolia Carrasco, una simpática viejita de más de 70 años, que es reconocida en la comuna por ayudar a los enfermos.
La señora "Toñita", como le dicen en la ciudad de los cuatro pillanes, vive con "lo justo y necesario y hasta por ahí nomás", dice ella para luego agregar que "cuando veo a Jaimito tan enfermo y con tres accidentes vasculares, uno hace todo lo posible para ayudarlo. Yo también soy de la tercera edad y tengo algunos problemas. Sé lo que se siente. Por eso me duele que lo traten de mentiroso, cuando él es una muy buena persona".
SIN HABLA
Es que a Duran Herrera la vida lo ha castigado duramente, incluso más de lo que cualquiera pudiese resistir. Pero él se mantiene incólume frente a la adversidad y prefiere decir que "Dios me ayuda. Si estoy vivo es por algo".
Claro, los tres accidentes vasculares han dañado de sobremanera el cuerpo de Jaime. Perdió el 55 por ciento de la movilidad en su cuerpo, según lo explica el carné que cuelga desde su cuello. Además tiene serios problemas al hablar y poco se le entiende cuando logra hilar una oración.
"Cuando le dio el último accidente, perdió la capacidad para hablar. Fue muy terrible. Pero yo lo acompañaba todos los días al doctor para que lo ayudara a mejorar. A veces él no quería seguir luchando y yo le decía que siguiera y que no se diera por vencido. Acá en Melipilla la gente lo quiere harto y cuando logró hablar estábamos todos muy contentos", explica "Toñita".
Así, este anciano de cuerpo deteriorado y de un sufrido semblante, viaja casi todos los días desde Melipilla hasta San Antonio para mendigar un par de monedas que lo ayuden "a sobrevivir" al duro presente que lo tiene esclavizado a una silla de ruedas.
"El primer accidente vascular me dio en Santiago. Yo trabajaba en una empresa de vigilantes. Después de ese ataque me costó moverme, no podía caminar. El segundo ya finalmente me dejó muy mal. Casi no pude mover las piernas y con el tercero sufrí más de la cabeza, si se puede decir, porque ahora me cuesta hablar y formar ideas", masculla.
Al llegar al terminal de Barrancas, este hombre, de caminar lento y cansino, se dirige paso a paso hasta la intersección de Barros Luco e Ignacio Carrera Pinto. Para él son dos cuadras de un verdadero peregrinar que lo dejan extenuado y adolorido en sus extremidades. La mañana recién está comenzando para Jaime.
"A veces me paro y camino lentito, en otras ocasiones me voy en la silla de ruedas sentado. Pero siempre cuando me paro de la silla tengo que ir afirmado o si no me caigo. Como hago mucho esfuerzo siempre me duelen las piernas", manifiesta".
Jaime antes de sufrir estos accidentes vasculares trabajaba normalmente como el común de la gente. Dedicado a sus tres hijos y con un divorcio a su haber, este santiaguino reconoce que la mala alimentación le provocó esta discapacidad irreversible.
"Era una persona muy normal. Trabajaba y estaba con mis hijos, pero mi único problema y lo reconozco es que vivía comiendo comida chatarra. Siempre tomaba bebidas, era de las personas que no se terminaba una y ya comenzaba a destapar la otra. Comía completos, churrascos y mucha mayonesa. Ese fue mi gran error", dice el ex vecino de Puente Alto.
"MAL INTENCIONADAS"
Cuando don Jaime logra llegar hasta el supermercado de Barrancas lo hace junto a un trozo de madera que en uno de sus extremos tiene atado un pequeño recipiente, en el cual algunos automovilistas, que transitan diariamente por la avenida Barros Luco, le regalan una moneda.
"A veces la gente me da y en otras no. Y es lógico, porque no tiene la obligación de hacerlo, pero cuando ellos no me dan, no les digo nada. Pero nunca, nunca los he insultado diciéndoles una grosería", asegura el minusválido antes que un colectivero le entregue un par de monedas.
"Según me comentaron algunas personas que pasan por acá, alguien por la computación (refiriéndose a las redes sociales) o por un medio de comunicación, no lo recuerdo bien, había puesto que yo me hacía pasar por discapacitado. Dijeron que yo engañaba a la gente haciéndome pasar por enfermo. Le juro que nunca haría eso de engañar a las personas. Los que dijeron eso, son mal intencionadas, porque me han hecho un daño enorme", dice con tristeza y con sus ojos llenos de lágrimas.
"A mí me ha tocado sufrir mucho. Me encantaría poder moverme como cualquier persona normal, pero no lo puedo hacer por estos accidentes vasculares. Pido plata porque no me queda otra. Tengo que sobrevivir y la gente cree que lo hago para engañarlos. A veces me dicen ladrón, ándate a otra parte a estafar a la gente, me dicen garabatos. Nadie ha venido a preguntarme qué me pasó", manifiesta Durán, cuando un hombre se acerca y le regala 5 mil pesos. Sorprendido, se tapa la cara con su sombrero azul y llora.
Luego de un par de segundos, se descubre su rostro y recupera el aliento. "Con esto me alcanza para comer", explica mientras se lleva sus manos a la cara para secarse las lágrimas que transitan por sus mejillas.
"Para lo único que junto plata es para comer y ayudar a la señora que me cuida. Si la gente no me quiere dar plata que no lo haga, pero no me trate mal, es lo único que les pido. Ellos tienen la suerte de estar bien y yo no", suplica el hombre, quien también reconoce que hay mucha gente que le ha brindado una mano en el difícil presente que vive.
"En la vida siempre hay gente que a uno lo ayuda en estos momentos. Cuando voy a comer, donde una señora, ella me atiende bien, se preocupa de mí, me pregunta si estoy bien y en muchas ocasiones me sirve un poco más de comida: hay gente buena también. No todo es malo", explica.
Un grupo de ancianos, en una camioneta, se acerca al lugar donde está Jaime para saludarlo y darle un pequeño aporte económico. Es que en estas fechas parece aflorar el sentimiento de amor y hermandad que tan poco se promueve en Navidad.
"Para estas fiesta a lo mejor me voy donde mis hijos. Ellos también me ayudan en algo, porque tienen su familia y no se pueden preocupar tanto de mí, los entiendo. Eso de alguna forma a uno lo ayuda para seguir adelante, el cariño de los seres queridos te da ánimo", agrega.
Jaime dice que no puede trabajar. El doctor le habría dicho que una nueva alza de presión podría ser fatal. Por eso prefiere caminar lento y no darle muchas vuelta a los improperios que recibe todos los días en San Antonio.
"Un accidente más y muero. Tengo miedo que me de otro más, porque no quiero morir", culmina. J
"A veces me paro
y camino lentito,
en otras
ocasiones me voy
en la silla de
ruedas sentado".
Tengo miedo que
me de otro más
(accidente
vascular), porque
no quiero
morir".
"Siempre tomaba
bebidas, era de
las personas que
no se terminaba
una y ya
comenzaba a
destapar la otra.
Comía completos,
churrascos y
mucha
mayonesa. Ese
fue mi gran
error".