Fue a trabajar a Grecia y volvió con el 99% del cuerpo inválido
Antonio Retamales Castillo estuvo un año en coma en un hospital en Italia. Cuando despertó, a mediados de 1979, lo único que decía era "chileno". Los doctores le preguntaban su nombre, su apellido, su edad, el nombre de algún familiar, o si tenía el recuerdo de algo. Pero él solo repetía "chileno". Tenía apenas 23 años y su vida había cambiado para siempre.
GRAVE ACCIDENTE
Un año antes, mientras trabajaba como marino mercante en el puerto de Pireos, el principal de Grecia, cayó por más de 30 metros desde la cubierta de un barco granelero hasta la bodega, perdiendo inmediatamente el conocimiento.
Apenas llevaba dos mes de faenas. La empresa donde trabaja era "pirata" y, tras el accidente, cambió inmediatamente de bandera, por lo que se desligó completamente de cualquier acción legal con el sanantonino.
Cuando Antonio abrió los ojos estaba en Italia (lo llevaron a operarse a ese país), en la cama de un hospital público, rodeado de doctores y sin tener noción de nada.
El gobierno italiano apenas pudo hizo los papeles para que volviera a Chile. Pagaron su pasaje y le agendaron un vuelo de regreso lo antes posible para desembarcar en el aeropuerto internacional de Santiago. Les salía más barato eso que tenerlo más días hospitalizado.
Una vez en el aeropuerto, apenas unos días después de despertarse milagrosamente de un coma de un año, tuvo que irse solo al terminal de buses para emprender rumbo a San Antonio.
rumbo a grecia
De su ciudad puerto natal había salido rumbo a Grecia con una maleta llena de ilusiones y la promesa de un trabajo que le dejaría excelentes remuneraciones.
Eran el momento del boom económico para los marinos mercantes chilenos. Sudaban la gota gorda (turnos de hasta 24 horas de extensión), dejaban a su familia de lado para fechas importantes, pero a fin de mes los ceros que se sumaban a sus cuentas no eran pocos. Por una semana de trabajo se podía empezar ganando mil dólares, más de 700 mil pesos actuales.
Antonio tenía 22 años, sin hijos ni pareja, por lo que el sacrificio no iba a ser tan grande. Solo pensaba en trabajar un par de temporadas granelera, volver a San Antonio, comprarse una casa y empezar algún negocio personal. Por eso que no dudó en pedirle prestado a su hermano el dinero para el pasaje en avión hacia Atenas, la capital griega.
Tenía proyectado pagarle la totalidad del préstamo con sus tres primeros sueldos. Su hermano aceptó la propuesta, y en 1978 partió con rumbo al puerto de Pireos.
Volver sin nada
Antonio Retamales actualmente tiene 60 años (19 de septiembre de 1955). Vive en calle Luis González número 620, en el sector de Barrancas, su hogar de toda la vida.
Hace 38 años tiene que moverse en silla de ruedas. Un sobrino lo ayuda a trasladarse desde su casa hasta la vereda de la mencionada calle Luis González. Allí pasa varias horas al día (las otras las pasa viendo televisión en su pieza), mientras delante de sus ojos San Antonio se mueve de manera frenética. "El accidente en Grecia me cambió la vida por completo", afirma categórico.
Recién a los cuatro años desde que retornó a San Antonio comenzó a recuperar parte de la memoria. El paso del tiempo le ayudó para abrir paulatinamente la puerta de sus recuerdos que el año entero en coma había cerrado.
"Cuando desperté lo único que exclamaba era que era chileno, porque era lo que decía todo el día en el barco antes del accidente. Sabía que me iba a un trabajo que si me pasaba algo no podía pedir indemnización o cobrar algún seguro, pero uno a los 22 años no cree que le va a pasar algo. Trabajaba en la pesca artesanal, y cuando se dio la oportunidad hice los papeles para certificarme como marino mercante. Los altos sueldos eran tentadores, y varios acá en San Antonio hicieron lo mismo. Hubo una generación importante de sanantoninos que se aventuraron a finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Las cosas han cambiado, porque ahora la mayoría de los mercantes son filipinos, pakistaníes, africanos, y ellos cobran prácticamente el mínimo", reconoce.
Pero sus proyecciones fracasaron. Y la vuelta a la casa de su madre Rosa Elena Castillo en calle Luis González no fue la esperada. No estaban los mil dólares semanales, no había proyección laboral, ni mucho menos el dinero que tenía que devolverle a su hermano por el préstamo que sirvió para comprar el pasaje a Atenas. Lo único que había para el joven Antonio, por ese entonces de 23 años, era una invalidez que afectó el 99 por ciento de su cuerpo.
Vivir el día a día
Antonio vive en estos momentos con una pensión de invalidez que le entrega 67 mil pesos mensuales. Su silla de ruedas apenas anda y ni siquiera las ruedas funcionan bien, ya que tiene que hacer bastantes maniobras para poder avanzar unos metros.
"Ojalá apareciera alguien que pudiera ayudarme con una nueva porque de verdad la necesito", piensa en voz alta.
Pese a esto, igual se las arregla para trabajar en lo que pueda. Va a la feria de la 30 de Marzo a vender bolsitas de laureles y otros aliños. Además, con un poco más de elaboración, confecciona espadas de albacora. De hecho, tuvo su propio taller donde realizaba varias artesanías para comercializar.
"Hacer las espadas con la punta de la albacora sinceramente ha sido lo que más me ha hecho feliz, porque requiere de un trabajo importante. Cada vez que hago una me siento bien y me hace pensar que no todo ha sido tan malo. Tengo un techo, una casa, sobrinos que me vienen a ayudar. Hay gente que no tiene qué comer, ni menos un techo y deben dormir en alguna plaza o en la calle. Me di cuenta que lo único que tengo que hacer es vivir el día a día", reflexiona.
- Sinceramente no muchos, fue algo rápido, cayendo más de 30 metros desde la cubierta a una de las bodegas donde se guardaban los granos. Trabajábamos todo el día y constantemente había riesgos de accidentes que incluso te podían quitar la vida de inmediato.
-No me arrepiento, solamente creo que fueron las cosas del destino que me tocó ir a accidentarme allá. Me vi solo, joven, sin mucho que hacer en San Antonio y no lo pensé dos veces, porque convenía. Quería algo mejor para mí, pero no fue lo que ocurrió finalmente. J