A 110 años de una de las peores tragedias ocurridas en el Norte
Para unos fueron más de 300 víctimas, otros estiman que la cifra oscila entre la treintena y la centena. Lo cierto es que la plaza Colón de Antofagasta fue el principal escenario de la mayor matanza que se haya registrado en la ciudad.
Cristian Castro Orozco - La Estrella de Antofagasta
"Solo espero que algo bueno consigamos de todo esto", murmuraba para sus adentros mientras se secaba con la mano el sudor de su frente Ricardo Segundo Rogers, un joven veinteañero que, sentado sobre la arena caliente de la Plaza Colón, esperaba junto a otros cientos de trabajadores la resolución de sus demandas laborales, las que hace ya una semana venían negociando con sus empleadores.
Eran alrededor de las 16 horas, la tarde se hacía tórrida, y bajo el inclemente sol del desierto aguardaba una gran masa de obreros apostada frente a la Catedral de Antofagasta. Allí no solo se encontraba este joven, sino que, al igual que él, otros cientos que esperaban una respuesta favorable a sus demandas en medio de una agitada jornada de revueltas, desórdenes e incertidumbre.
Solo media hora
Pero, ¿en qué consistían esas mejoras laborales que solicitaban estos trabajadores? Primero se debe contextualizar que este grupo, inicialmente estaba formado por trabajadores de la empresa de Ferrocarriles Antofagasta, quienes pedían una extensión de media hora a su horario de colación, el que sólo duraba 60 minutos.
"En ese tiempo ya la ciudad se había extendido demasiado, por lo que los lapsos para salir del ferrocarril a la casa y de la casa al ferrocarril consumía la mitad del tiempo, a todo esto se debe considerar que la locomoción no era muy buena en ese entonces, por lo que los obreros pedían media hora más de colación para comer tranquilos", dice el historiador y exalcalde de la ciudad, Floreal Recabarren, a lo que se añade que por media hora que llegaban atrasados, los obreros recibían un descuento de su salario.
Pero este no era el único problema que en ese momento sorteaban los caldereros y trabajadores del ferrocarril, sino que también, según el historiador, detrás subyacían las intenciones de pedir mejoras salariales. "En ese tiempo el país vivía una gran inflación que provocó que a todos los trabajadores el sueldo no les alcanzara para vivir", explica.
Ante tales instancias, el 20 de enero de 1906 se hacen comicios para elegir un comité general, el cual estaba encargado de realizar formalmente la solicitud.
En el documento, los trabajadores expresaron a sus empleadores: "No dudamos que vosotros haréis justicia, concediendo inmediatamente la media hora más de almuerzo que solicitamos, de vuestro espíritu de justicia y humanidad", según detalló en su momento "La voz del obrero" de Taltal, en su edición del 13 de febrero de 1906, siete días después de la masacre.
La negativa
Es por este motivo que el joven Ricardo se sintió profundamente decepcionado cuando se enteró a través de sus compañeros que su empresa no había accedido favorablemente a la petición de concederle los preciados 30 minutos adicionales.
En una primera instancia, los empleadores no veían mayores inconvenientes en acceder a la petición, pero fue el administrador general de la compañía el que no dio su brazo a torcer.
Ricardo, que a sus 20 años era uno de los sostenedores de su familia junto a su padre, no lo pensó dos veces y votó por la huelga, en unos comicios realizados el 29 de enero por las mancomunales obreras como reacción ante la negativa de la compañía.
Comienza el conflicto
Pronto se vota una paralización total a la que adhieren los trabajadores portuarios de la ciudad. A los días toda Antofagasta ya estaba paralizada.
"La huelga se hace general, aunque se hacen los intentos de ambas partes por llegar a acuerdos. Esto finalmente no ocurre y los trabajadores deciden mantener el paro, el cual se alarga y radicaliza hasta que se llama a un "mitin" en la Plaza Colón para el 6 de febrero de ese año", dice Recabarren.
Ante la delicada situación imperante, los responsables de la empresa y de otras en particulares se reúnen con el intendente de la ciudad, Daniel Santelices, para pedirle armamentos y así armar una guardia de orden.
"Los patrones se reúnen con el intendente para que el Ejército les entregue armas para la defensa de sus propiedades, y el intendente, con muy mal tino, ordena a la fuerza militar que entregue armas a la gente del Club de la Unión, que eran los representantes de las empresas que se reunían allí", cuenta el exalcalde.
Esa tarde del 6 de febrero, los desórdenes en el centro de la ciudad ya eran graves. Según algunos diarios de la época, muchos de los manifestantes comenzaron a causar destrozos en las calles.
Entre todo el tumulto enfervorizado se encontraba el joven Ricardo, y también otros tantos de su edad, como Pedro Banda, de 24 años, o Jorge Fletcher, de 19 años.
La tragedia
A eso de las 17 horas de ese fatídico día, en medio de las agitaciones y revueltas en el sector, alguien pega un disparo al aire frente a la Catedral de la ciudad.
"Estaban hablando los líderes del movimiento cuando alguien pegó un tiro, lo que provocó que muchas de las personas allí presentes huyeran despavoridas hacia la calle Balmaceda, una cuadra más abajo de la plaza", continúa recordando Recabarren.
Abajo, en la Av. Balmaceda se encontraban apostados los marinos del Blanco Encalada, quienes armados y pensando que estaban próximos a ser atacados por la exaltada multitud, apuntaron sus armas a la muchedumbre y abrieron fuego contra ésta.
Ricardo Rogers cayó herido de muerte, y aún agónico fue llevado hasta el hospital, mientras que Banda, Fletcher y una cantidad aún indefinida de personas cayeron a lo largo de la Av. Balmaceda abatidos al instante. La agonía de Ricardo no duró demasiado, falleciendo apenas un día después de la masacre, rodeado de su inconsolable padre y sus hermanos. Al igual que este joven, fueron muchas más las víctimas de este acontecimiento que 110 años después, aún es recordado.