Gladys Palma, la mujer busca tesoros del Litoral Central
Dice que ha encontrado valiosas joyas y miles de monedas durante toda su carrera, pero que ni todo el oro del mundo vale tanto como los dos tesoros que perdió.
Son las 11.30 horas en la Playa Grande de Cartagena y el frío cala los huesos. El temporal se avecina en la zona central de Chile y una mujer de 59 años camina por las vehementes aguas de este popular balneario. Las marejadas que hace días azotan a la provincia de San Antonio poco le importan a Gladys Palma Díaz, conocida como la mujer busca tesoros de Cartagena.
La temperatura es baja y los pocos turistas que arriesgan sus vidas caminando por el borde costero de esta popular playa, lucen chaquetas y gorros abrigadores para capear las bajas temperaturas y el fuerte viento que se dejan sentir antes del aguacero.
Gladys se agacha y se levanta, quizás como ha sido su vida, buscando metales preciosos como el oro o la plata, algún bronce y una que otra moneda que se le cae a algún despistado bañista, y que finalmente se transforman en su único sustento para sobrevivir.
Luego de caminar algunos metros por la orilla de la playa junto con las amenazantes olas y tres perritos que la escoltan, Gladys muestra su recaudación. Casi 5 mil pesos en monedas de 10, 100 y 500 pesos junto a una que otra joya es el computo a eso del mediodía de un día de agosto.
"A veces me hago hasta 30 mil pesos. Ayer nomás me encontré un anillo de oro bien bonito. Lo fui a vender a los mismos cabros de acá del sector y me dieron 30 mil pesos. Me comí un almuerzo bien rico. Compré posta rosada, verduras y me hice una especie de guiso… Llevaba casi dos días sin comer", cuenta con sus ojos anegados de lágrimas.
La pega no ha estado buena para Gladys. Sus ojos vidriosos, su quemado y cansado rostro son una prueba inequívoca de aquello. "Desde las seis de la mañana estoy en la playa buscando cosas. A esa hora es cuando la marea está más baja, entonces se pueden encontrar más monedas, aros o anillos. Acá estoy hasta que me aburra, pero difícilmente me puedo aburrir del mar. Acá me siento bien, me relajo, porque no me gusta estar en mi casa. Me pongo a pensar leseras y me da pena, tristeza y me largo a llorar".
Los tesoros perdidos
A sus 59 años, Gladys cree que ha sufrido más de lo que ha vivido. Fue la octava hermana de un total de 16 hijos. De pequeña que sufrió con las bromas de sus hermanos y como ella misma relata: "me convertí en la cenicienta de mi familia. Tenía que hacerles las cosas a todos o si no, me pegaban o eran puros retos".
"Me casé para puro salir de mi casa. Antes los tiempos eran distintos. Si una no salía casada de la casa de los papás era imposible irse y tenías que dedicarte a estar al cuidado de todos como una esclava… bueno eso era lo que me iba pasar a mí", cuenta con un dejo de tristeza.
Gladys afirma que pese a todo tuvo buena suerte en la elección de su esposo, pero que lamentablemente su destino ya estaba escrito con la palabra sufrimiento.
"Me dicen loca porque caí en el manicomio y qué mamá no, si pierde a dos hijos en un mismo año. Cada vez que veo las noticias o sé de algún padre que perdió a un hijo, lloro y no lo puedo controlar", dice con su voz quebrada y ya fuera de la playa Grande de Cartagena.
Gladys casi no ocupa zapatos. Ella camina a pie descalzo por su natal comuna de Cartagena. Lo hace con un jeans cortado hasta la rodilla, con una polera, blusa y un abrigador chaleco. A sus espaldas lleva una mochila cargada con una Coca Cola, de la cual se considera adicta, y una mitad de pan con mantequilla, por si le toca almorzar fuera de casa.
Pero esa mochila pesa mucho más de lo que aparenta. En ella carga dos insoportables sufrimientos desde 1993, cuando en menos de cinco meses murieron dos de sus cuatro hijos: Jéssica Karen, a la edad de 12 años y la recién nacida Gladys Tabita Pavez Palma, de apenas ocho meses de vida.
Atropello
Jéssica Pavez era su segunda hija. Era alta, de tez blanca, pelo largo y claro. Una verdadera muñeca como diría su madre.
"Era bonita, flaquita, muy linda. Nosotros siempre fuimos pobres. Yo soy hija de pescador y de todos mis hermanos fui la única que siguió con esto. Soy buza mariscadora y muy buena para nadar, sé pescar y muchas veces acá tiro las redes y saco hartos pescados. Tengo suerte, el Viejito Chico de arriba (Dios) me protege. Mi hijita era como una muñeca, era preciosa", se deshace en elogios.
Un día de junio Gladys fue a buscar leña para luego vendérsela a uno de sus clientes. Como muchas mujeres de nuestro país esta cartagenina tiene que trabajar junto a sus hijos debido a que no tenía a nadie que se los cuidará.
"Andaba con Jéssica y Rubén que es mi tercer hijo, el Claudio (el mayor) se había quedado en la casa con la más chica que era Gladys. Andábamos en un bosque y yo llevaba la leña en un carrito. Cuando íbamos bajando por el cruce de Cartagena apareció un auto y se fue en contra del tránsito. Atropelló a mi hija y yo con mi hijo saltamos lejos. Nosotros nos recuperamos, pero ella murió", recuerda llorando y con sus ojos clavados en el retrato de Jéssica, una de las pocas fotografías que guarda de su niña.
El golpe fue enorme para esta familia y más con la sentencia de los tribunales locales que dieron la libertad para ese conductor que dejó a esta familia, y en especial a Gladys, hundida en la tristeza.
"Usted sabe cómo funciona este país. ¿Cree que un pobre le iba a ganar a un rico?", pregunta retórica e irónicamente esta mujer para luego agregar que "lo único que le pedí es que se hiciera cargo del cajón de mi hija, porque nosotros no teníamos nada de plata".
A cinco meses de la muerte de Jéssica, esta buzo mariscadora sufrió otra vez una dura bofetada.
"Después vino lo peor. Ver morir a otra hija…", se queda sin aliento y rompe en un desgarrador llanto.
La pena y la tristeza para esta mujer siguen intactas. Pese a que lo intenta, el dolor no la deja hablar y luego de varios minutos recobra el aliento.
"No sé cómo explicarlo. Es algo terrible. Es algo que solo un papá o una mamá que ha pasado por esto te lo puede explicar. En menos de un año se murieron dos hijas. Quién no cae en depresión, quién puede seguir viviendo así", se cuestiona.
Gladys, de apenas ocho meses, murió repentinamente de un infarto. Tanto dolor y desconsuelo la llevaron a caer al Hospital Siquiátrico Doctor José Horwitz, ubicado en la comuna de Recoleta, en la Región Metropolitana
"Tuve un poco más de un año, lo pasé mal. Nadie me fue a ver. Me sentía sola, no quería seguir viviendo. Uno de mis hermanos, el que me entregó en mi matrimonio, se mató y yo muchas veces pensé lo mismo. Recuerdo que la gente del manicomio me quería harto. Sabían lo que me había pasado y yo creo que me entendían, pero mi familia no. Nunca me he sentido apoyada. Yo me siento sola", confiesa ya en su hogar, ubicado en José Arellano 26.
Nacional de pesca
La pescadora fue dada de alta al año de haber ingresado a este recinto santiaguino y volvió a su natal Cartagena para reencontrarse con el mar y con su pasión.
"Me sentí un poco mejor y volví a mi casa, pero nadie está sano si se te murieron dos hijos, pero me vine. Me reencontré con mis cosas y con la pesca. Incluso por un club de caza y pesca de acá fuimos a La Serena a un Nacional y yo no tenía ida qué era un nacional. Así de ignorante", dice con una voz más entusiasta.
Para Gladys este trofeo es una de sus mayores alegrías. Se enorgullece cuando lo cuenta porque "yo fui con nada a participar. Más encima cuando estábamos allá me caí y se me salió el hueso de la muñeca. Me llevaron al doctor un día antes de la competencia el doctor me dijo que me pondría yeso".
"Igual fui a competir. Era más difícil porque me costaba tomar la caña, pero al final gané y saqué el primer lugar. He sido la única mujer de esta zona en tener este premio. Salí hasta en el diario mostrando el yeso y el trofeo del primer lugar", dice en este oasis de alegría.
La mujer ordena su humilde vivienda y se va nuevamente a la playa a pie descalzo y con la mochila en sus hombros.
"En la playa no me vienen los achaques. Me relajo con mis perros, me distraigo y me siento bien. La playa a veces me hace olvidar todo esto, pero volver a mi casa me hace reencontrarme con lo que perdí", comenta
Gladys Palma vuelve la fría arena de la Playa Grande para resignarse a encontrar solo alguna joya de oro, porque sus dos mayores tesoros jamás los podrá recuperar.