El mundo vuelve a leer "La peste", de Camus
En los últimos meses se dispararon las ventas de este libro publicado en 1947 por el novelista y ensayista francés, Albert Camus (1913 - 1960). En español ya se prepara un audiolibro de ocho horas.
Amelia Carvallo
Pocas ficciones alcanzan los visos de horror y redención que magistralmente logró equilibrar Albert Camus en "La Peste", esta trama sobre una ciudad sitiada por una mortal epidemia que también fue bestseller el año en que se publicó por primera vez: 1947.
A fines de mes se oirá "La Peste" como un audiolibro de ocho horas narrado por el actor Carlos Di Blasi.
Los sucesos de "La Peste" acaecen en la ciudad de Orán, en un abril de la década del 40, fecha donde inicia el relato de aquellos "curiosos acontecimientos". Es la misma ciudad costera donde nació Camus, un enclave golpeado durante siglos por diversas pestes dada su condición portuaria, hechos que el autor indagó. Por cierto, Camus ofició la mayor parte de su breve vida como periodista en París y en los días de la Resistencia creó el diario Combat, y también fue asesor literario en la editorial Gallimard. Cuando escribió "La Peste", Francia estaba en plena ocupación nazi y muchos han querido ver en sus páginas un retrato de la ocupación alemana.
En las primeras páginas nos describe a Orán como una ciudad comercial, fea, tranquila y aburrida, donde se trabaja para enriquecerse. Una ciudad sin árboles, de espaldas al mar y donde no existía ninguna posibilidad de imaginar algo distinto a una chata existencia.
Seguimos los pasos del protagonista, un médico treintañero llamado Bernard Rieux, quien saliendo del edificio donde vive, tropieza con una rata muerta a la que no da mucha importancia. Más preocupado está por su esposa, que ese mismo día partirá a la montaña a restablecer su salud delicada.
A fines de abril las ratas muertas son ocho mil y los habitantes de la ciudad todavía no lo ven como un hecho preocupante, hasta que la muerte y la peste empiezan a atacarles a ellos. "La prensa, tan habladora en el asunto de las ratas, no decía nada. Porque las ratas mueren en la calle y los hombres en sus cuartos y los periódicos sólo se ocupan de la calle". Ganglios inflamados, fiebre alta y dificultad para respirar son los síntomas que presentan las víctimas, que empiezan a ser cada vez más.
La sorpresa cambia a pánico y luego da paso al miedo y la reflexión. "La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones", anota el narrador.
La peste suprime el futuro y cunde "ese ligero descorazonamiento ante el porvenir que se llama inquietud".
Cosa de todos
Punto alto del relato es la descripción de sus personajes porque cada uno de ellos encierra una parte de la condición humana. Desde Michel el portero y primera víctima de la plaga, pasando por el padre Paneloux, un jesuita erudito y militante, hasta el doctor Castel, un viejo colega de Rieux.
Las muertes aumentan y en la ciudad se organiza una comisión sanitaria y medidas profilácticas rigurosas, "pero no draconianas" para no inquietar a la opinión pública. Los equipos sanitarios convierten a la peste en el deber de unos cuantos y así se la llega a ver realmente como lo que es: cosa de todos. "Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo. El más importante era la separación y el exilio, con lo que eso significaba de miedo y de rebeldía".
El tiempo parece estacionarse para cuando se declara el cierre total de la ciudad y comienza la separación de los seres queridos, el exilio puertas adentro y la sospecha de quien lleva el contagio. "Sin memoria y sin esperanza, vivían instalados en el presente. A decir verdad, todo se volvía presente. La peste había quitado a todos la posibilidad de amor e incluso de amistad. Pues el amor exige un poco de porvenir y para nosotros no había ya más que instantes".
El verano estalla junto al racionamiento, el acaparamiento y las diferencias entre los que tienen poco y los que tienen mucho. El padre Paneloux proclama a la peste como el azote de Dios sobre los orgullosos y organiza plegarias colectivas, además de advocaciones a San Roque, el santo pestífero.
Rieux duerme poco y trabaja mucho tratando de parar los embates de la plaga. En ese tráfago va perdiendo la piedad. La lucha de Rieux es contra la muerte y aunque sus victorias sean provisionales no es razón para dejar de luchar, admite. Las llamadas "bellas acciones" son vistas bajo sospecha.
"El cronista sabe perfectamente lo lamentable que es no poder relatar aquí nada que sea realmente espectacular, como por ejemplo algún héroe reconfortante o alguna acción deslumbrante, parecidos a los que se encuentran en las narraciones antiguas. Y es que nada es menos espectacular que una peste, y por su duración misma las grandes desgracias son monótonas. En el recuerdo de los que han vivido, los días terribles de la peste no aparecen como una gran hoguera interminable y cruenta, sino más bien como un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso", se lee.
La peste se encarniza con los que viven en grupos: presos, militares y religiosos. En el clímax de la epidemia se suceden incendios, tiroteos, saqueos y fusilamientos, a la par que entierros rápidos en fosas comunes y sin rituales velatorios.
Los gráficos de la muerte, con sus puntas y sus mesetas, empiezan a registrar el descenso de las muertes cuando ya los campos de aislamiento no dan abasto. Han pasado diez meses desde la primera rata muerta y para la Navidad la enfermedad parece retirarse. A fines de enero la plaga ha sido contenida pero quedan algunos jalones de muerte que acechan a los personajes que han cruzado hacia una realidad de la que no regresarán indemnes como reflexiona Rieux: "Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo". Finalmente, una transparente mañana de febrero las puertas de la ciudad se abren y los reencuentros felices explotan en las almas de quienes no aprendieron nada durante la plaga.