Entendiendo la Naturaleza
Cuando miro en retrospectiva, me doy cuenta que mi primera apreciación de la Naturaleza fue esencialmente emocional. Me gustaba mi territorio magallánico, su clima, sus paisajes y sus habitantes humanos y no. Hasta el día de hoy evoco la estepa patagónica con sus planicies, pantanos, coironales y árboles inclinados por el viento. También recuerdo mi asombro ante las variedades de insectos y mi cariño por las ovejas y sus perros pastores. De niño imaginaba mi vida adulta al aire libre, como estanciero cuidando sus piños, arriba de un caballo o un tractor. Por ello fui boy scout, para aprender a sobrevivir en la Naturaleza y por ello aspiraba a ser agrónomo o veterinario. Nunca se me ocurrió que podríamos dañarla con nuestras actividades humanas. Durante toda mi educación primaria y secundaria me mantuve ingenuo respecto al impacto que podríamos tener sobre la Naturaleza. Mis libros y mis lecturas todavía no hablaban de eso en los años sesenta. Sólo cuando me interesé verdaderamente en ser veterinario y tuve que aprender biología, es que mi pasión original se encauzó a entender la vida desde un punto de vista científico más que solamente del punto de vista emocional o estético. Pero cuando vi que la formación veterinaria de la época me convertía más bien en médico que en estudioso de animales, es que me volqué a la ciencia. Mi elección de la carrera científica en los años setenta y mi comprensión de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin (1859) me llevó ineludiblemente a la conclusión de que no hace falta una mano divina para que las especies aparezcan, diverjan y se extingan. Debido a mi entrenamiento con Humberto Maturana y mi entendimiento de su Teoría de la Autopoiesis, me resultó fácil extenderla para explicar el funcionamiento de la Tierra en su conjunto. Siendo yo ajeno a creer en seres superiores o diseñadores inteligentes, el funcionamiento de un sistema autopoiético se aplicaba con sencillez a la Naturaleza, con sus componentes orgánicos (biológicos) e inorgánicos (físico-químicos), permitiendo la existencia a la biósfera. Recién en 1972 había surgido la Hipótesis de Gaia de James Lovelock, quien proponía que dadas las condiciones iniciales que hicieron posible la vida en nuestro planeta, había sido la propia vida la que las había modificado y que, por tanto, las condiciones que observamos hoy son el resultado y la consecuencia de la vida que lo habita. Yo en la década de 1970 no estaba interesado en este tipo de especulaciones sintéticas y holísticas sino en las aproximaciones analíticas. Me resultaba más fascinante descomponer los procesos naturales en unidades operativas, involucrando tipos de seres vivos y sus interacciones (por ejemplo, la competencia por alimento entre aves rapaces o la depredación de zorros sobre conejos). En ese sentido, iba en contra de lo que mis colegas más "naturalistas" apreciaban: la complejidad y unicidad sintética de la Tierra. Es decir, la concepción de que la Naturaleza o biósfera era una clase de súper organismo. Al estilo antiguo, yo pensaba que para poder integrar nuestro conocimiento debíamos primero partir por analizarlo (descomponerlo en sus partes y procesos unitarios) y de allí contribuir a la síntesis.
"Memorias de un naturalista magallánico"
"Fabían Jaksic Autoedición 167 páginas $18 mil