Distancia social, distancia física, distancia afectiva
por Raúl Caamaño Matamala, profesor U. Católica de Temuco.
En los años 50, 60, cuando nos formaban en el pasillo de la escuela para entrar a nuestra sala de clases, la práctica consuetudinaria era que nos distanciáramos entre los compañeros extendiendo nuestro brazo derecho hasta tocar con los dedos de la mano el hombro derecho del compañero que nos antecedía. Esto también se observaba cuando había actos en el patio y, curso por curso, nos alineábamos y realizábamos la misma práctica. De distancia física hablamos, ¿no es cierto?
Hoy, ya por casi dos años se la denomina distancia social, para referirse a la distancia física a mantener entre las personas para prevenir contagios del virus covid. La distancia ha variado, era un metro y medio, a veces dos metros, las más de las veces un metro de distancia, incluso menos, la que también se ha demarcado en el piso, o con distancia rígida entre asientos fijos y móviles. En fin, nada riguroso.
En esta parte del planeta, en nuestro estirado Chile, según zonas geográficas más o menos delimitadas, y antes con diferencias de clima más notorias, la distancia física y social variaba según se tratara de entornos nortinos, del centro, del sur o derechamente, del extremo sur patagónico. Y dicha distancia se extendía, por tal situación geográfica, a modos de tratamiento más afectivos o menos afectivos. No desconozco, no debemos desconocer también otra variable interviniente, la radicación urbana o rural, campesina. Y añadiría la variable climática como un factor incidental en la distancia física, y afectiva. Y lo último, influye también, la variable de descendencia cultural. Todo, todo lo anteriormente reseñado tiene esta vez más incidencia en la distancia afectiva, unos son más afectuosos, cariñosos, respetuosos, y otros más distantes, hoscos, reservados, sino circunspectos.
En este caso coyuntural de la pandemia se ha llamado distancia social (física, en realidad) a aquella que se recomienda establecer entre las personas para evitar riesgos de contagio con quien o quienes quizás sean portadores del virus incluso sin saber de su contagio y tomando también la providencia de uso de mascarillas, mínimamente. Esta distancia física y la práctica observada, incluso entre familiares y amigos, ya mantenida por un periodo de tiempo tan extendido, ha producido cierta mella en los afectos, en las prácticas culturales propias de afecto.
El choque de manos empuñadas, o sutiles toques con los antebrazos o codos, incluso a modo chistoso, con los pies, han sido prácticas intermitentes, que en nada sustituyen un apretón de manos, un abrazo cordial (que significa, con el corazón o desde el corazón), o un beso en la mejilla, por ejemplo.
Se vienen las vacaciones adelantadas y alargadas. Pero luego hemos de retornar a las aulas en la modalidad presencial. Y será tiempo de encuentros y reencuentros, no exentos de cierta emotividad, y será el momento de nueva alfabetización cognitiva, procedimental, actitudinal, y afectiva. Es mi deseo que el distanciamiento físico se revierta y transforme paulatinamente en acercamiento social y afectivo. Solo así saldremos de esta menos malheridos.
¡Éxito y buenaventura!