Un oficio en vías de extinción: Habla el último fotógrafo de las fabulosas máquinas minuteras
En el cerro Bellavista de San Antonio conversamos con uno de los fotógrafos más antiguos de Chile, Jorge Escudero, quien durante tres décadas de su larga trayectoria hizo retratos en el paseo Bellamar.
Un soleado miércoles de febrero don Jorge Escudero Montaner nos espera en la entrada del block de departamentos de la calle Nueva Bruselas donde vive, en la población Los Llanos de Bellavista, con un elegante sombrero café con una cinta negra y apoyado en su bastón.
Con la cordialidad que le dieron los años y el oficio de fotógrafo ambulante que abrazó a lo largo de casi un siglo de vida, nos invita a pasar a su casa, donde vive solo, observado por paredes llenas de recuerdos, fotografías en blanco y negro y en colores que repasan su vida entera como fotógrafo.
Llegó joven
La historia de este hombre, acaso uno de los últimos fotógrafos de máquinas minuteras o cámaras de cajón que recorrieron los balnearios y las fiestas populares de Chile retratando a las familias chilenas, tiene un arraigo profundo con San Antonio, pueblo al que Jorge Escudero llegó siendo un joven que recién había aprendido el oficio de las "fotos de cajón".
Hijo de un antiguo fotógrafo del diario El Mercurio, que se quemó los ojos con el magnesio que se usaba en el proceso, "y después tuvo que aprender a usar las máquinas de cajón con un fotógrafo que se llamaba Francisco Carrasco, "Pancho" Carrasco. Él le enseñó a mi papá y ahí yo aprendí mirando lo que hacía porque nos fuimos a Rengo, donde viví hasta cuando me arranqué con una máquina de cajón, que era la misma que me enseñaron a usar cuando tenía 13 años", recuerda Jorge Escudero para esta crónica.
El fotógrafo, de 87 años y que recorrió Chile desde los 14, partió trabajando de forma ambulante con máquinas minuteras en el ramal de San Fernando a Pichilemu, luego sumó a sus servicios las fotografías en blanco y negro de las históricas cámaras de 35 milímetros y durante los últimos años ejerció con cámaras digitales.
De su tiempo como fotógrafo, nueve años estuvo en Argentina, más de 30 en Pichilemu y 28 años en el paseo Bellamar, siempre con sus cámaras de cajón, los caballos de madera que él mismo construía y la pasión por la fotografía que lo ha acompañado desde que era un niño hasta este, el otoño de sus días, en el cerro Bellavista de San Antonio.
"Una vez tomé 42 fotos en un día con la minutera y el otro fotógrafo tomó 21 con la digital que tenía. Me acuerdo que ese día me rodeaba la gente para tomarse fotos porque para ellos era una cosa muy nueva ver este tipo de cámaras tan antiguas funcionando. Creo que esa debe haber sido la vez que más fotos tomé en un solo día, aunque muchas veces hice hartas fotos. Imagínese todos los años que anduve recorriendo y tantas partes donde anduve, la cantidad de fotos que tengo que haber tomado", reflexiona sentado en el comedor de su departamento, con un montón de fotos encima de la mesa y los recuerdos que le iluminan los ojos.
Nostalgia
Retirado de la fotografía desde 2019, obligado por el estallido social y luego por la pandemia, este fotógrafo es padre de tres hijos, Jorge Antonio (54) Ximena (42) y Claudio Patricio (40), que viven en Chile, y otros dos hijos que tuvo en Argentina. Jorge Escudero además es abuelo de seis nietos y desde hace 19 años vive en el cerro Bellavista, desde donde asegura que echa mucho de menos el oficio que lo ha acompañado durante toda su vida.
-¿Cuánto extraña su trabajo como fotógrafo?
Antes de responder el hombre de 87 años hace una pausa larga y se le inundan los ojos como repasando su vida y toda esa emoción que se le nota en el rostro se cuela por cada palabra de su respuesta.
-Lo que pasa es que usted me está preguntando por mi vida. Tomar fotos es mi vida, empecé cuando me enseñó mi papá a los 13 años y me acuerdo que la primera foto que tomé fue a mis hermanos. Esa fue la primera foto de muchas, miles creo yo, que tomé después a lo largo de todos los años, de toda mi vida como fotógrafo hasta que terminé aquí en el paseo Bellamar.
-¿Y se acuerda cuál fue la última foto que tomó?
-Mire, todavía tengo máquinas. A pesar de mis años, estoy bien todavía y aunque no me da como para construir otra máquina de cajón, porque no me da el pulso, creo que la última foto no la he tomado todavía…
Y en esta parte de la conversación la mirada del hombre mayor se va sobre sus inquietas manos que disimulan un leve, pero constante temblor por el cansancio de los años. "Se me duermen las manos, no tengo el mismo cálculo que tenía y estos dedos los tengo corridos ya, así que no me da para hacer otra máquina, aunque tengo todas las medidas, sé cómo se hace, pero no podría hacer una máquina, la última que hice la vendí y todas las minuteras que hice están por ahí, ojalá haya alguna que esté trabajando porque todas son ahora puras reliquias".
-Usted es un fotógrafo de otra época, de cuando las fotos se atesoraban y las familias tenían álbumes, pero eso se perdió porque hoy todas las personas tienen una cámara en sus teléfonos. ¿Cómo ve ese cambio que tuvimos? ¿Qué opina de esta proliferación de las cámaras?
-Eso fue lo que nos mató a nosotros los fotógrafos (apunta al teléfono que graba la conversación). Esto es muy moderno, es lo más moderno que hay porque si usted quiere puede mandar una foto a Santiago o adonde quiera altiro, no hay nada que esperar, todos se toman todas las fotos que quieren y las ven altiro, lo que es terrible para nosotros los fotógrafos que con esto nos tiraron a la basura, o sea, los fotógrafos estamos destinados a desaparecer, ya estamos desapareciendo. Porque mire, las máquinas de cajón se pelean por comprarlas, pero de recuerdo, una reliquia y esas máquinas están hechas para tomar fotos, no para estar guardadas, no tiene sentido, si las 13 máquinas que hice ahora son reliquias. Hay pocos fotógrafos, porque la modernidad nos mató a todos, porque ahora las fotos ahora se toman solas.
La certeza de las palabras de Jorge Escudero Montaner se convierte en una definición perfecta de los tiempos que vivimos, donde la paradoja que envuelve la premisa de esta crónica es que ya no hay fotógrafos porque al final todos somos fotógrafos.
La trayectoria del hombre con el que hablamos está reconocida en el libro "Historia de la Fotografía: Fotógrafos en Chile 1900-1950" del Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico, donde el sanantonino Jorge Escudero tiene una página que reconoce su aporte al desarrollo de la fotografía en el país.
Por lo tanto, en sus tres cuartos de siglo dedicado al oficio que marcó su vida, Jorge Escudero no solamente tomó miles de fotografías, sino que además tuvo decenas de discípulos, hombres y mujeres a los que enseñó el oficio, compartió las calles y plazas, fiestas y playas, como un verdadero maestro de un oficio al borde de su extinción.
"Solamente en Pichilemu le enseñé a 14 fotógrafos a usar la máquina de 35 milímetros y mi primera alumna fue la hija de Alfredo Pacheco Lillo, que me trajo a San Antonio. El otro fue Juan Olivares, pero él ya sabía de fotografía, yo solamente le enseñé a trabajar con la cámara de 35 milímetros en blanco y negro y estuvimos trabajando juntos en Chañaral, en Copiapó y en Santiago, lo quería mucho a Juanito yo, fuimos grandes amigos, pero nuestros caminos en un momento se separaron".
Quiso el azaroso destino que los amigos fotógrafos se distanciaran para siempre y que, más de medio siglo después, el hijo de uno se convirtiera en el entrevistador del otro.
Pero esa es otra historia que quizás algún día será contada.
"Una vez tomé 42 fotos en un día con la minutera y el otro fotógrafo tomó 21 con la digital que tenía. Me acuerdo que ese día me rodeaba la gente para tomarse fotos porque para ellos era una cosa muy nueva ver este tipo de cámaras tan antiguas funcionando",
Jorge Escudero
"Tomar fotos es mi vida, empecé cuando me enseñó mi papá a los 13 años y me acuerdo que la primera foto que tomé fue a mis hermanos",
Jorge Escudero