La historia de la reconocida artista de Isla Negra que convirtió el acero inoxidable en arte
Tras una vida en diversos países, la escultora se radicó en este balneario del Litoral Central, en donde experimentó con este material, siendo pionera en su uso en Chile.
María Cristina Pizarro Silva, escultora chilena de 77 años, ha dedicado su vida al arte. Nacida en Santiago, desde pequeña mostró una gran destreza manual, lo que la llevó a estudiar en la Universidad de Chile. Durante su formación, conoció al escultor Felipe Castillo Mandiola, quien se convirtió en su mentor y compañero. Sin embargo, tras el golpe de Estado de 1973, ambos salieron al extranjero y vivieron en diversos países. En la década de los 80, regresó a Chile y se estableció en Isla Negra, lugar donde actualmente reside.
Pizarro Silva es reconocida como pionera en el uso del acero inoxidable en la escultura chilena, material con el que ha creado imponentes obras emplazadas en espacios públicos del país, como la obra "San Antonio de Padua", ubicada en Llolleo. Su estilo se distingue por el uso de formas curvas, que dotan a sus esculturas de una particular combinación de resistencia y calidez. Además de su labor artística, ha participado activamente en iniciativas ambientales, promoviendo la protección del litoral chileno.
Comprometida con la integración del arte y la ecología, en 1994 fundó, junto a otros creadores, la Corporación Cultural Artistas Pro Ecología, enfocada en la preservación del entorno. La organización ha impulsado exposiciones, talleres y la declaración de Isla Negra como Zona Típica. También ha promovido la creación de espacios culturales, como el Parque Museo de las Esculturas y el Paisaje N'aitún.
A lo largo de su trayectoria, Pizarro Silva ha enfrentado numerosos desafíos, pero su vocación por la escultura y su compromiso con la comunidad han permanecido intactos. Su historia refleja la perseverancia y creatividad de una artista que ha sabido conjugar su pasión con la defensa del patrimonio natural y cultural de Chile.
Infancia
María Cristina Pizarro nació en la capital, en septiembre de 1947. Sus inicios los recuerda junto a sus padres y en el colegio. "Mi familia es bastante pequeña. No vi mucho a mis padres porque trabajaban demasiado. Entonces tuve una vida más independiente, de colegio, en que había que arreglársela sola porque la mamá y el papá estaban trabajando", destaca.
La artista recuerda su infancia como una etapa feliz y destaca que, incluso entonces, ya se perfilaba su futuro en el arte. "Desde siempre me gustó el arte. Sí, desde niña que tenía mucha habilidad manual. Hacía cosas bonitas, era muy buena en trabajos manuales. Hacía ropa a las muñecas, todo lo que fuera manual tenía una facilidad. Siempre tuve 7 (en el colegio). O sea, que iba por ahí mi camino. Porque los otros lo intenté porque siempre en los colegios te hacen probar una cosa, o la otra", recuerda.
"Mi papá sí tenía habilidad manual, pero la ocupaba en otras cosas, en su trabajo. Mi mamá también tenía habilidad manual porque hacía cosas muy bellas, muy bien hechas, perfectas. Ella era perfeccionista en ropa de muñeca, hacía ropa de guagua, todo muy bonito. Entonces, los dos tenían habilidad. Ahí tengo que haber heredado esa habilidad", recalca.
-¿Alguna vez pensó en dedicarse a otra cosa?
-Me metieron a coro. Y éramos todo el colegio cantando coro, y el profesor me saca de allá, de un rincón, y me dice 'usted'. Yo creí que lo estaba haciendo tan bien porque estaba cantando. Me retó, me hizo pésimo. Nunca más canté nada. No servía para cantar, no tenía otra habilidad salvo la manual, y hasta ahora.
Estudios y Europa
A fines de la década de los 60, María Cristina Pizarro ingresó a la Universidad de Chile, específicamente a la facultad de Artes Aplicadas. Allí fue alumna del escultor Felipe Castillo Mandiola, con quien formó una relación que terminó en matrimonio. Al poco tiempo después, "nos fuimos a la casa de Felipe a trabajar. Él tenía su taller, él ya era escultor en fierro, y ahí comenzamos una vida de trabajo con horarios, como corresponde, porque la escultura es muy apasionante, es algo que tú te metes a trabajar y no sabes a qué hora terminas porque te vas involucrando", declara.
La llegada del golpe militar lo paralizó todo. El ambiente nacional se hizo insoportable y en 1975, la artista abandonó el país. En su vida en el exterior se destaca su estadía en España, Italia, Francia, Holanda. En este último país asistió a los talleres del escultor Jan Jacobs, un reconocido artista de esos años.
-¿Qué recuerda de ese viaje?
-Estuvimos en París viviendo seis meses. Llevábamos las obras de arte de los artistas chilenos que estaban en el Escorial, San Lorenzo del Escorial, que eran de Sergio Castillo, Ricardo Mesa. Eran los más importantes escultores de acá, chilenos, que se habían trasladado a España. Entonces, nosotros en una camioneta hacíamos exposiciones, concertábamos con una biblioteca en París, una sala de arte en otro lado, y así íbamos vendiendo y enviando los dineros al Escorial porque era difícil. Pero fue una experiencia magnífica de haber vivido en cada de uno esos países, además de ser maravillosos, son puro arte, las calles son arte. Son como un museo grande.
Regreso
Poco después del inicio de la década de los 80, María Cristina Pizarro regresó a Chile junto a su marido. En Pedro de Valdivia Norte, en Santiago, la pareja tenía una casa que servía como refugio para el arte, se llamaba galería Espacio Arte. "La hicimos galería de arte, y ahí iban a exponer, llegaban los artistas, traían sus obras porque no comulgábamos con el gobierno, entonces teníamos que independizarnos. Después, como esto no terminaba, nos fuimos a vivir a Brasil". Esto ocurrió en 1986 y vivieron en la localidad de Curitiba.
En 1988 retornó a Chile, ahora a vivir definitivamente. El lugar que escogió fue el Litoral Central, específicamente Isla Negra. "Y cuando decidimos venir a Chile a vivir, a retornar, empezamos a buscar dónde vivir. Entonces, estaba La Reina (en Santiago), que es bonito, Isla Negra, y El Arrayán. Entonces, empezamos a buscar y encontramos esta casa. La restauramos", aclara.
Su traslado a esta zona marcó una transición del material que usaba para sus obras: del hierro pasó al acero inoxidable, siendo pionera en este estilo. Ella explica que "estando acá en la Isla Negra me doy cuenta de que el acero inoxidable es un buen material porque es dúctil, a pesar de que se dice que es durísimo". Entre sus obras más destacadas en la zona resalta "San Antonio de Padua", a la entrada de Llolleo, lo que le tomó un año de trabajo. Esta se inauguró en 1997.
Presente
Desde entonces, María Cristina Pizarro ha vivido numerosas experiencias en el mundo del arte. Sentada en un sillón de su casa en Isla Negra, recuerda las múltiples exposiciones en las que ha participado, incluida una en el Palacio de La Moneda, así como su labor como curadora y coordinadora de diversas iniciativas artísticas.
En los últimos meses, la vida de María Cristina Pizarro parece estar detenida tras la muerte de su compañero de toda la vida, Felipe Castillo Mandiola. Su partida no solo dejó un vacío en el ámbito artístico local, en donde era muy reconocido y querido por sus pares, sino también en el día a día de la artista, marcando un antes y un después en su existencia. "No pienso en el futuro. Estoy detenida en el tiempo", expresa.
Su hogar es grande, y entre el patio y la casa se encuentra "Coca", un perro cariñoso que salta sobre quienes ingresan y se despiden del lugar. Con la mascota caminando entre las piernas, nos dirigimos a su taller de trabajo, el que ha producido obras como "Espacio Sideral" y "Cordillera", que hoy se pueden visitar en el Parque Museo de las Esculturas y el Paisaje N'aitún, en Punta de Tralca.
Antes de concluir la entrevista, la escultora invita a un recorrido por su patio trasero en donde hay una estructura similar a una fuente de agua. Allí, hay dos obras: una es de su autoría, y la otra es de su esposo. Por momentos, las observamos, hasta que la artista comenta que "nunca hemos querido desarmar este lugar, porque aquí estamos los dos juntos". Ambas esculturas están una al lado de la otra, unidas, y da la sensación que lo estarán así para siempre.





